La leyenda irlandesa que dio origen a la popular calabaza de Halloween

Halloween es una fecha que miles de personas lo celebran poniendo una lámpara hecha con una calabaza a la puerta de su casa. Pocos, sin embargo, saben que esta simpática tradición se remonta a la Irlanda del siglo XVII, a la fatídica noche en la que un herrero llamado Jack quiso engañar al diablo y perdió.

La leyenda de Stingy Jack se pierde en las profundidades del folklore celta. De hecho, la propia fiesta de Halloween (una contracción de la expresión All Hallows’ Evening o víspera de todos los santos) ya se celebraba mucho antes de que llegara la tradición de tallar caras siniestras en calabazas. Halloween es uno de los tres días de fiesta con los que la iglesia trató de cristianizar la celebración pagana del Samhain.

La noche del Samhain, las barreras entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos se vuelven más finas y los espíritus caminan por la Tierra. Una de las formas en la que estas almas de los difuntos se manifiestan es en forma de pequeñas llamas que pueden verse al anochecer en lugares como pantanos y cementerios. Hoy sabemos que esas llamitas azuladas se deben a pequeñas nubes de gas procedentes de materia en putrefacción que arden brevemente al oxidarse, pero en el Siglo XVII, los fuegos fatuos se llamaban Will O’Wisps o Jack O’ Lanterns, e inspiraban tanto temor como leyendas. Una de estas leyendas cuenta precisamente el terrible destino de un hombre llamado Stingy Jack.

El herrero que se burló del diablo

Stingy Jack era un herrero (según otras versiones era un simple ladrón) que una noche salió a beber con el mismísimo diablo. Después de muchos tragos, el tacaño de Jack no quería pagar la cuenta, así que convenció al diablo para que se convirtiera en moneda. El diablo así lo hizo, pero Jack se guardó la moneda en el bolsillo junto a una cruz de plata que impidió al diablo recuperar su forma original. Tras usar la moneda varias veces, Jack dejó ir al diablo con la promesa de que no se llevaría su alma al infierno.

En otras versiones de la historia, Jack convence al diablo para que se suba a un árbol a recoger unas manzanas. Cuando el diablo las hace caer, Jack dibuja una cruz en el tronco del árbol para impedirle bajar y se lleva la fruta. De nuevo, el herrero deja ir a Belcebú tras hacerle prometer que no se lo llevará al infierno.

Cuando Jack murió, San Pedró le negó la entrada al cielo por sus muchos pecados. El alma de Jack viajó entonces al infierno pero el diablo, fiel a su promesa, también se negó a dejarle entrar, condenándole a vagar por el mundo para toda la eternidad. Cuando Jack, aterrado, se quejó de que no podía encontrar el camino en la oscuridad, el diablo le arrojó un ascua del infierno para que se iluminara. El ascua quemaba, así que Stingy Jack talló un nabo que llevaba consigo y metió el ascua dentro. Desde entonces su espíritu atormentado vaga por la tierra como Jack O’ Lantern, Jack el de la linterna.

Del nabo a la calabaza

En el siglo XVII, los irlandeses y escoceses celebraban halloween encendiendo pequeñas lámparas en las entradas a sus casas para que ahuyentaran a los malos espíritus y a las almas perdidas como la de Stingy Jack. En las zonas rurales tallaban nabos, remolachas o patatas con caras siniestras y metían una pequeña vela en su interior.

La costumbre de tallar calabazas no llegó a Estados Unidos hasta el siglo XIX de la mano de varias oleadas de colonos irlandeses. Sin embargo, no está claro cómo se pasó de los nabos a las calabazas. Probablemente fueran más abundantes en Estados Unidos y más fáciles de tallar. El relato de 1820 Sleepy Hollow escrito por Washington Irving ya hacía referencia a una calabaza como señal característica del jinete sin cabeza. Con todo, la primera referencia no literaria a las calabazas de Halloween data de 1834. Desde entonces la tradición no solo no ha cesado, sino que se ha extendido a todo el mundo.

Gizmodo

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