Moral y luces, las últimas necesidades. Por Luis Barragán (@LuisBarraganJ)

El ejercicio del poder acarrea severas responsabilidades, por arbitrario y troglodita que sea. Parece inevitable una cierta fascinación y una abierta tentación hacia el hedonismo, pero tienes sus límites aún en los regímenes más bárbaros.

Venezuela, como en otras latitudes, cuenta con una galería de dictadores que, a pesar de un abusivo poderío, se vieron forzados a una cotidianidad modesta, aun cuando fuese cierto el desbordamiento de la parentela y demás relacionados. Sin embargo, por ejemplo, la tribu consanguínea estuvo a punto de quedarse con todo, al morir Juan Vicente Gómez.

Inevitable, por poco o mucho que se tenga, el ejercicio del poder traduce una personal concepción de la vida, del mundo y de las cosas. Por más sofisticados que sean los recursos y las herramientas del Estado contemporáneo, o lo que queda de él, para diseñar sendas campañas de terrorismo psicológico, no todo se  puede prever a través de los más acuciosos sondeos de opinión, ni hay especialistas capaces que cubran todas las facetas de las respuestas que deben darse. Por consiguiente, en última instancia, todo queda bajo la absoluta orientación del líder o de los líderes, por sus lances espontáneos, ocurrencias, gestos y  palabras, decisiones y postergaciones, todo salido desde el fondo del alma, de las paredes intestinales o de a punta del zapato reluciente que refleja la mirada curiosa de quien lo calza.

La visita de Maduro Moros al restaurant de Salt Bae, en Estambul, naturalmente ha indignado al país sumergido en una catástrofe humanitaria y, por más que se arguya la teoría del trapo rojo, es necesario responder a tamaño impacto de inmoralidad. El comensal decidió compartir el momento de gloria para escarmentar, una de las tantas opiniones en curso, pero fue él, enteramente él, disfrutándose con el agasajo: un encuentro consigo mismo, necesario de difundir, pues, como las francachelas de Pérez Jiménez, si lo hubiese deseado, los servicios correspondientes habrían previsto e ideado medios de ocultación, como seguramente ha ocurrido en casos semejantes.

Los humildes bombero, trastocados en  presos políticos, Ricardo Prieto y Carlos Varón, opinar humorísticamente sobre Maduro Moros, ilustran muy bien el uso desproporcionado del poder al amparo de una tal ley constitucional, parida por una constituyente espuria.  Quienes tienen por oficio salvar vidas, reciben una insólita demostración de rabia que, además, incurriendo en ellas, celebra las descalificaciones, burlas y desprecio del llamado pomposamente sistema público de medios.

Y a un joven periodista, Esteban Rojas, le arroja un balde de hielo seco, creyendo intimidarlo, al preguntar por la suerte de los bomberos en un intento de reivindicar la majestad presidencial. El declarante que, no por casualidad indaga de tal o cuál universidad egresó el fablistán, lo cree un tema baladí para una rueda de prensa internacional, pues, debe suponerse, está preparado para las más exigentes materias, así concluya maldiciendo a otros mandatarios.

Últimas necesidades, no hay moral ni luces que inspiren y necesiten defenderse en una dictadura que, valga acotar, fue heredada.  Los muchos años en el ejercicio del poder, agotado, no impide que brote las más íntimas convicciones y estilos de vida.

DC / Luis Barragán / Diputado de la AN / @LuisBarraganJ

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