REFLEXIONES Francisco, certero más que infalible. Parte II. Por Luis Acosta

Dice Francisco: “ordinariamente, la alegría cristiana está acompañada del sentido del humor, tan destacado, por ejemplo en Santo Tomas Moro, San Vicente de Paul o en San Felipe Neri. El mal humor no es un signo de santidad. El sigue, “Aparta de tu corazón la tristeza” es tanto lo que recibimos del Señor para que lo disfrutemos que a veces la tristeza tiene que ver con la ingratitud, con el estar encerrado en si mismo que uno se vuelve incapaz de reconocer los regalos de El Señor. No te prives de pasar un día feliz. El nos quiere positivos, agradecidos y no demasiado complicados. Al contrario, hacer como San Pablo: “Yo he aprendido a bastarme con lo que tengo”. O lo que vivía San Francisco de Asís, capaz de conmoverse ante un pedazo de pan duro, o de alabar feliz a Dios solo por la brisa que acariciaba su rostro. Sigue el Papa: “el consumismo solo empaña el corazón. Puede brindar placeres ocasionales pero no gozo”. Hay mas dicha en dar que en recibir. Si nos concentramos en nuestras propias necesidades, nos condenamos a vivir con poca alegría. ¡Cuántas veces nos sentimos tironeados a quedarnos en la comodidad de la orilla! Pero el Señor nos llama a navegar mar adentro y a arrojar las redes en aguas profundas. Mas, hacia arriba, la Exhortación Apostólica del Inmenso Francisco sigue: “pero dejemos que el Señor venga a despertarnos, a pegarnos un sacudón en nuestra modorra, a liberarnos de la inercia. Desafiemos la costumbre, abramos bien los ojos y los oídos, y, sobre todo, el corazón, para dejarnos descolar por lo que sucede a nuestro alrededor y oír el grito de la palabra viva y eficaz del Resucitado”. Recuerda el Papa como Jesús invitaba a sus discípulos a prestar atención a los detalles como: el pequeño detalle que se estaba acabando el vino en una fiesta. O el pequeño detalle que faltaba una oveja. Por otra parte, recordemos que la santidad está hecha de apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y la adoración. Sea que coma, beba, hable con otros o haga cualquier cosa, siempre ande deseando a Dios y apegando a Él su corazón. La oración confiada es una reacción del corazón que se abre a Dios frente a frente, donde se hacen callar todos los rumores para escuchar la voz de El Señor que resuena en el silencio. Mas, la suplica es expresión del corazón que confía en Dios que sabe que solo no se puede. No quitemos valor a la oración de petición que tantas veces nos serena el corazón y nos anima a seguir luchando con esperanzas. Las palabras bíblicas dicen: “este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo”. O igual lo que vivía el beato Carlos de Foucault cuando dijo “apenas creí que Dios existía, comprendí que solo podía vivir para Él”. El capitulo V de la Exhortación está dedicado al Combate, Vigilancia y Discernimiento. Allí el Papa plantea: la vida cristiana es un combate permanente. Se requiere fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar El Evangelio. Esta lucha es muy bella porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida. Desde luego que el diablo existe. Es verdad que los autores bíblicos tenían un bagaje conceptual limitado para expresar algunas realidades y que en tiempos de Jesús se podía confundir, por ejemplo, una epilepsia con la posesión del diablo. Mas como su presencia esta en las primeras páginas de las Escrituras que acaban con la victoria de Dios sobre el demonio. Así, Jesús nos enseñó a pedir cotidianamente esa liberación para que su poder no nos domine. Entonces no pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. “El no necesita poseernos. Sencillamente, nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios”.

En conclusión, frases y conceptos nos encantan para terminar estos pasajes hermosos y fructíferos del contenido maravilloso de la Exhortación Apostólica y su libro referido a ella. “No son palabras románticas, porque nuestro camino hacia la santidad también es una lucha constante. Quien no quiera reconocerlo, se verá expuesto al fracaso, a la mediocridad”.

Cierra Francisco así: “espero que estas páginas sean útiles para que toda la iglesia se dedique a promover el deseo de La Santidad. Pidamos que el Espíritu Santo infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la gloria de Dios, y alentémonos unos a otros en este intento. Así compartiremos una felicidad que el mundo no nos podrá quitar”.

Es interesante enfatizar que este trabajo del Papa Francisco es certero e infalible. Va dirigido directamente a 1.300 millones de personas que confeccionan el catolicismo mundial, de los cuales el 50% habita en América. Por supuesto, también busca acercar al resto de la humanidad en su arenga por la búsqueda de la santidad, se encuentre donde se encuentre cada uno.

DC / Luis Acosta

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