Preservación de una estirpe. Por Luis Barragán (@LuisBarraganJ)

De suyo, grave e inaceptable, incluyendo una fotografía de advertencia para Julio Borges, huelgan los comentarios. No obstante, la presencia de los llamados colectivos armados en los recientes (dizque) ejercicios militares, tras tomar la riesgosa colina de El Calvario, nos permite volver a un viejo enfoque que muy bien acredita uno de los  orígenes del presente régimen.

 

En efecto, con motivo de la realización del precursor  seminario internacional sobre política y antipolítica, por abril de 1997, del cual queda un testimonio videográfico (*), investigamos en profundidad el entonces fenómeno de los encapuchados.  Un trabajo del cual aún no encontramos la copia, largo y – sobre todo – hemerográficamente configurado para ejemplificar su historia,  entre varias de las conclusiones contó con un escenario que los supuso gobernantes, aunque jamás imaginamos lo lejos que llegarían para la preservación de la estirpe.

 

Sostuvimos, como características principales, el espectáculo apedreador, la banalidad de los planteamientos y la evidente irresponsabilidad política de sus protagonistas. Con o sin motivo, su mayor distinción fue la capacidad urbana de perturbar y, en definitiva, alterar el orden público, afectando a los más inocentes;  la gravedad o ligereza de un problema presupuestario de la universidad o el adelanto de una fecha de asueto, dijo autorizar  cualquier faena; e, indispensable, el anonimato de sus agentes cancelaba todo pacífico esfuerzo proselitista.

 

Por más crónica y tediosa que fuese la faena, semanalmente escenificada en los alrededores de un instituto universitario o pedagógico que los resguardaba en nombre de la autonomía, bajo el asedio policial, el grupúsculo enmascarado lanzaba sus piedras, esgrimía algún arma de fuego e incineraba las unidades de transporte público y los cauchos, por cierto, antes, de impensable carestía. Servía para la inconsulta jornada cualquier reivindicación estudiantil o el adelanto de las vacaciones de carnaval, trastocados los agitadores en inocentes presos políticos, en el caso de una aprehensión que, excesos injustificados aparte,  no se dirimía en El Helicoide o La Tumba, como ahora, esperando largamente por el acto de apertura del juicio.

 

Demasiado frecuentemente, las organizaciones representadas por los enmascarados, solían perder los comicios estudiantiles o profesorales, excepto se disfrazaran de alguna santidad gremialista, ecológica, feminista, indigenista, literaria o todas juntas, como acaeció con el movimiento ’80 de la UCV. Los encapuchados de ayer y adinerados de hoy, lograron esquivar todo el derrumbe de la Unión Soviética, desdoblándose, hasta que consumaron la estafa política de 1999 junto al mesías en ascenso, preservando intactas sus consignas e insuflando una mística que es de naftalina.

 

Por estos años, algunos de los más connotados desempeñaron y todavía desempeñan modestas o altas funciones de gobierno que, lo supusimos,  obligaría a meter los pies bajo el escritorio, pues, el poder obliga a facetas más sobrias, pero – en la densa atmósfera de una cultura de ultraizquierda – no ha ocurrido, pagando el país un elevadísimo precio en hambre y miseria, censura y represión. A veces, nos fastidian los sociólogos políticos, porque – en lugar de estudiar, actualizar y aportar en torno al fenómeno – persisten con Duverger, llegando lo más lejos a Sartori, con la pérdida de nuestras particulares realidades.

 

DC / Luis Barragán / Diputado de la AN / @LuisBarraganJ

 

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