En la ruta de la indigencia hay nombres, sueños y miedos

Ángel nació en medio de la pobreza. Su padre y su madre, no llegaron al mundo en las mismas circunstancias. Sus infancias fueron felices, su pasado reciente, presente y futuro plagado de necesidades y discriminaciones. Viven en las ruinas de una plaza populosa de Maracaibo y al igual que cientos de personas y familias, en la ruta que recorren diariamente hay nombres, sueños y miedos.

La ciudad, que irradia energía y se mueve de día, se apaga en el atardecer. En las calles solo quedan transeúntes apurados por encontrar una unidad de transporte público, choferes, vendedores de comida rápida y un par de estaciones de servicio abiertas. El resto es penumbra, soledad e inseguridad. En medio de ese escenario hay un sub mundo, cohabitado, casi a la par del contexto en el que viven más de un millón 600 mil ciudadanos, por almas en situación de indigencia.

Perspectiva vecinal

El grueso de los vecinos los tildan como ladrones, vagos y groseros. Sean niños, adolescentes, mujeres, hombres o ancianos, todos van en el mismo saco. La minoría, que no se dejan seducir por las apariencias, se refiere a ellos sin calificativos, estereotipos y en muchos casos los terminan por apoyar.

Los desplazamientos, forzosos o voluntarios, se deben a persecuciones, tratos crueles o condiciones de insalubridad. También a la búsqueda de un lugar mejor o un hogar que les permita “sobrevivir pese a toda la maldad”. De las plazas se van quioscos prestados, de las mesas de los buhoneros a ruinas quemadas, del piso frio de las aceras a fuentes públicas o debajo de un árbol.    Un mes, medio año, 365 días. Sus estadías no miden el tiempo. La estabilidad dependerá del día a día. Los grupos familiares son heterogéneos, unos con niños pequeños, otros con mamá y papá o incompletos. Recogen plásticos, piden alimentos, limpian patios, hurgan basureros y caminan de allá para acá.

Sus necesidades fisiológicas las hacen al aire libre. Se bañan en fuentes, con baldes o potecitos con agua que sacan de las cloacas. Defecan en bolsas, huecos o en el matorral. Cocinan bajo la luna o el sol, con leña o cartón. Cueritos de pollo o conchas de plátano que improvisan la carne mechada acompañada con un pedacito de yuca o sin nada.  Mientras “trabajan” los vecinos vigilan sus “casas”. Los niños no estudian pero sueñan con ir a la escuela y jugar. Los padres “no quieren ser más ignorantes” y con lo poco o mucho que consiguen intentar salir de la pobreza que los hace vivir o morir sin nada.

Triste realidad

La búsqueda de alimento es el factor principal por lo que los niños abandonan sus casas, según expuso en 2016 la Asociación Civil Red de Casas Don Bosco. La Encuesta sobre Condiciones de vida en Venezuela (Encovi) de 2016, realizada sobre seis mil 500 familias por las principales universidades del país reveló que 82 por ciento de los hogares venezolanos vive en pobreza y se convirtió en el «más pobre de América Latina». De ese total, el 52 por ciento está en pobreza extrema.

LV

 

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