Siete cosas que todos pensamos en una boda (pero no decimos)

A mis 33 años aunque no los aparento, he acudido a cerca de una veintena de bodas. Todas ellas estupendas, maravillosas, llenas de amor del verdadero ¿es que hay otro?, me pregunto yo, de detalles únicos, de momentos especiales… Esperad, ¿cómo puede ser que todos los enlaces a los que he ido hayan sido exactamente iguales? Es decir, ¿habéis escuchado alguna vez a alguien decir que una boda no fuese una auténtica explosión de felicidad, emoción, cargada de significado, con el mejor catering del mundo, el Dj más actual y los novios más guapos y radiantes?

Ajá, ya decía yo. El problema de las bodas es que no se critican. O por lo menos no en voz alta. Y lo siento, pero ni todos los enlaces son tan especiales, ni los novios son la mejor pareja del mundo, ni la finca en la que se están casando es la mansión de Mariah Carey. Así pues, queridos asistentes a las bodas, os reto a que me juréis que jamás habéis hecho los siguientes matices por si no queréis llamar a las cosas por su nombre el día posterior a un casamiento que diría Niña Pastori.

Ellas también criticaron alguna que otra boda.

“No me ha gustado nada el vestido de la novia”.

La versión educada que habréis oído es la de “yo no me lo pondría porque no es mi estilo, pero a ella le queda bien”. Mira, amiga. Si no te gusta el vestido, no te gusta. Punto. Vale que no se lo digas a la cara más bien no se lo digas nunca, pero tampoco te pases la boda comentando con unos y con otros el buen gusto que tiene.

No todas las novias están guapas, lo siento.

  • “Ha sido la ceremonia más larga y lenta de toda mi vida”.

En la actualidad, lo de que durante la ceremonia hablen hasta las mascotas es algo que se ha puesto muy de moda. Da el pistoletazo de salida el que casa a la pareja (cura, concejal, amigo…) y después comienza un desfile de discursos que ríete tú del del Rey en Navidad. El mejor amigo del novio, la mejor amiga de la novia, la niñera, el primo, su tía Isabel la del pueblo…

Y tú solo quieres que esa pesadilla termine ya.

  • “Pues para lo que hemos pagado, la comida estaba regulera”.

¡Ajá! Un clásico que todos piensan y nadie verbaliza. No nos engañemos. Estás pagando un dineral por la boda (al regalo tienes que sumarle el alojamiento, desplazamiento, el estilismo…) y te has quedado con hambre. No solo eso, sino que los platos no te han gustado demasiado.

Estás deseando llegar a casa y comerte un plato de pasta… y lo sabes.

  • “Ya podrían haber puesto algo de tabaco”.

Cuando era pequeña, recuerdo ir a las bodas de los amigos de mis padres y ver correr los cigarros y los puros por las mesas como alma que lleva el diablo. Ahora no. Ahora si fumas, te lo pagas tú. ¿Alcohol sí, pero tabaco no? No me convence

Y claro, algunos invitados acaban así.

A ver, cierto es que fumar es malo, pero ¿quién es el guapo al que no le apetece beberse una copita con un piti para celebrar el amor incondicional de los novios? Que sí, que fumar mata y no debes hacerlo, pero un día es un día. Además, en muchas fincas y restaurantes ya no tienen máquina y los fumadores que se quedan sin existencias vagan por la boda cual zombies en busca de presas que les inviten a uno. Una buena forma de ligar, por cierto.

  • “La finca muy bonita, pero hemos pasado un calor/frío que pela”.

De nuevo, las modas juegan en contra de los invitados. Mientras antes te casabas en una iglesia o ayuntamiento y celebrabas el convite en un restaurante, ahora no. En pleno siglo XXI, nos llevan a un pinar en pleno diciembre, a un cigarral toledano en agosto, a una ermita alejada de la mano de Dios a la que tienes que acceder con la ayuda de Jesús Calleja…

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