Semana para la meditación, por Luis Acosta

Semana Santa o Semana Mayor son los días dedicados por la Iglesia Católica para recordar la Vida, Pasión y Muerte de Jesucristo. Si analizamos características de todos estos movimientos y vivencias, vamos a caer en la cuenta que, por su contenido, la Semana Santa es como la repetición de cada semana de la vida del hombre y sus circunstancias, como lo aseguró Ortega y Gasset. Entonces, Cristo define en la Ultima Cena que uno del grupo que lo acompañaba lo iba a traicionar y él lo sabía, o lo imaginaba. Con la vida suceden cosas y nadie las sabe. Sin embargo, Cristo se hace el que nada sabe y permite que Judas lo venda y cobre las monedas del trueque. Pedro, que estaba presente, observa que Iscariote tenía en sus manos una bolsa que, por cierto, contenía el resultado del negocio que se había consumado. No obstante, Pedro no lo sabía y lo relacionó con alguna obra de caridad que Judas dirigía y, aún más ingenuo, creyó que se trataba de fondos para comprar las dietas alimenticias para el sustento de todos los discípulos. Pero sucedió algo muy importante. Pedro se declara con amor puro hacia Cristo y, Cristo, que conoce a los hombres, le oyó y le dijo: Pedro déjate de tonterías que hoy, antes de que cante el gallo, me vas a negar 3 veces, y así fue. Pedro, al verse en peligro de ser preso, niega a Jesús 3 veces ante las preguntas de los milicianos comandados por el sumo sacerdote y del ejército pretoriano del gobierno. Judas salió de aquella cena en compañía de todos porque así era el plan para entregar a Jesús. En efecto, terminada la cena donde Jesús anunciara su cautiverio y condena, “al que yo toque y bese”, dijo Judas, “ese es Jesús y a él deben aprender”. Así sucedió, y así pueden muchos acompañar a lo peor de cosas y actos a priori sin saber mucho de su por qué. Esa actitud, que parece aceptable al no tomar parte de nada pero que acompaña a todo, no es para el participante ni ignorancia, ni tampoco lealtad; por contra, nunca se debe andar con imprudencias y, peor aún, sin saberse por qué. Judas sabía de todas las decisiones de su grupo pero no, de quién era Cristo; en cambio, Jesús sí sabía quién era y qué debía hacer Judas, pero tenía que cumplirse el plan de Dios y cada quien debía manejar su rol.

Jesús fue condenado por Pilatos o, mejor, por el pueblo que prefirió a Barrabas. Ante la condena de un inocente y no haber medidas para la pena de la cual se le acusaba, el pueblo decidió crucificarlo: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Aberrante y estúpida decisión como aquella que a cada momento se repite: ¡Condénalo y después diremos por qué! Cómo puede un hombre como Cristo entregarse a sufrir los abusos de otros hombres conociendo lo que le esperaba y precisamente siendo Cristo? Pues bien, de otro modo, lo hizo Mandela con 20 años en la cárcel sin sentencia, ni juicio, sin delito y sin pecado; sencillamente, y en la práctica, murió y nació cual político. También como lo hizo Gandhi en distinta forma. Éste sacó a la India del yugo inglés, y Mandela extrajo a su pueblo del Apartheid y de un gobierno oprobioso y sin doctrina y con el solo objetivo de la dominación por el poder. Cristo se entregó para librarnos del pecado a todos.

Así somos lo hombres, chiquitos y grandes, patriota o alzados, ambiciosos y comprometidos con los abusos del gobierno o contra las aspiraciones de otros. ¡Bájate de esa cruz si tú eres Cristo! Y Cristo ya no sabía qué hacer ante el calvario que le había tocado, pero había decidido “¡que se cumpla la voluntad de Mi Padre!”

Obramos los hombres de hoy de este modo ante la voluntad y pensamiento de nuestro padre? Nada, al revés. En artículo anterior, relatamos que las encuestas de los últimos dos meses delatan que cientos de padres y madres están abandonados y que tal situación viene creciendo. Y, más, está progresando cuando en el Zulia brillaba con distinción, y sin excepciones de nadie, el amor y la disciplina del marabino en atender con cortesía, aprecio y profunda voluntad, para servir con nobleza a sus viejos, como siempre se dijo y se aseguraba. De pronto se ha convertido en una cruel e inhumana situación.

Entonces, es singular obligación de los hijos, nietos y biznietos el meditar en estos días propicios para hacer un repaso y regreso sobre nuestros actos ante las obligaciones sociales, familiares y paternales tanto más cuanto por hoy es más difícil y merecen más intimo empeño en pensar en el otro y recordar los esfuerzos y las vicisitudes de cada época. En efecto, creer que cada tiempo tiene sus arreglos y componendas luce como un error calculado y se dice “no importa, ya se arreglará”. Lo que sí es verdad es que los ciclos económicos negativos no necesitan de mesías sino de más sabiduría y desprendimiento. Con ello, educación y un gran sentido de la responsabilidad del rol que nos toca. Así lo hizo Cristo, a sabiendas de que lo iba a pagar con su vida.

¡Dios, nos ilumine y nos ayude a reflexionar con profundidad a todos!

 

DC / Luis Acosta / Artículista

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