El Lago de Maracaibo, por Luis Acosta

Muchos no nacimos en la Avenida El Milagro, pero sí visitamos, en repetición, un rancho que los hijos de Don Rafael Villasmil Barrios poseían en esa zona. Aparte de ello, el club de los empleados del Banco Comercial operaba en El Milagro, en un edificio que se llamó “Casa Blanca”. En su parte trasera, había unas enramadas de bambú a orillas del lago. Agregado a eso, nacimos y vivimos en Los Haticos, al lado del lago y las tenerías. Luego, nuestra vida social se desarrollaba en el Comercial Social Club, el Club Alianza y siempre, al lado del formidable lago. Nunca lo notamos falto de agua, ni de peces, ni de bañistas. Antes del Puente Rafael Urdaneta, veíamos pasar de una orilla a la otra las pequeñas embarcaciones de pescadores y nativos que hacían la ruta de la ciudad hacia Palmarejo, La Rita, Los Puertos y Cabimas, entre otras. Por los años 50s, apareció la Translacustre con sus ferrys Catatumbo, Coquivacoa y, después, el Colón, el cual tenía mucha más capacidad para vehículos y pasajeros.

En los terrenos de La Ciega, se observaba el desarrollo y crecimiento diario del Puerto de Maracaibo y la llegada en fila de embarcaciones de carga y pasajeros desde Aruba, Curazao, Bonaire y todas las islas alrededor en El Caribe. También de Garcitas, Encontrados, Bolívar, Santa Bárbara, Caja Seca, La Ceiba y toda la zona petrolera. Estos atracaban en El Malecón de Maracaibo ubicado al pie del mercado viejo y cerca de los edificios de La Aduana.

Después de 80 y tanto años, nos toca ver el lago desde arriba y cerca de su espacio más importante. En efecto, desde el séptimo piso de un edificio en El Milagro, nos ha tocado ver, vigilar, cuidar y apreciar la grandeza de ese charco extraordinario que, el Rey Dios y la naturaleza, ha regalado y confiado a los maracuchos.

Para mayor suerte nuestra, pareciera que precisamente al frente de este edificio es el sitio y lugar escogido para estacionar los barcos internacionales de carga y pasajeros para las ciudades del Zulia. Los colocan “al pairo”, como se dice en el argot naviero, esperando las diligencias para mover su carga, estibarlas y resolver, sobre los documentos y recaudos, sus operaciones de descarga y regreso. Así pues, desde allí hemos podido establecer la inmensa diferencia de aquel movimiento que nunca supimos apreciar, medir, ni calcular en su valor económico y social; menos, nos llamó la atención cuanta belleza infinita acumulada en esta vía lacustre que ligeramente supimos que existía, o más, tuvimos y no lo supimos por aquellos años de  1950 cuando sólo veíamos sucias sus orillas.

El cabotaje, la ruta marítima, el alcance mundial petrolero y gasífero, la hecatombe de dólares producidos y gastados. La fauna pesquera y la flora vegetal. El negocio de la lisa, la curvina y la sardina. La vida ficticia de Lagunillas de Agua y su uso como única vía de unir a Maracaibo con el resto del país. Igualmente, las Islas de San Carlos y Toas; y los palafitos de la historia indígena. Ciudad Ojeda y su fuente napolitana y milenaria, plena de europeos que hicieron familia  mutua y marabina. No podemos olvidar a Los Puertos que nos dio al Obispo Mariano Parra Leon e, indirectamente, a su sobrino homónimo y también Obispo, Mariano Parra Sandoval. La reliquia del Catatumbo con sus destellos de luz que trajo la esperanza. Udón Pérez, el gran Udon, el hombre del himno del Zulia y abuelo del hoy Obispo de Maturín, Enrique Pérez; el poeta de las calles: “vayan a Colombia y digan que, en el Zulia, los poetas y las poesías andan rodando por los suelos”.

Hoy, que vemos el Lago de Maracaibo abandonado como ayer y por todos, tenemos que recordar con lástima y profundo dolor, que no hemos sabido valorar este don llegado del cielo. En estos días, un encuestador de la región zuliana señalaba por la prensa que aparentemente entre sus entrevistados, padres y madres de familias maracuchas, se sienten olvidados de sus hermanos e hijos; y que unas cuantas decenas de padres y abuelos no están recibiendo la atención debida de sus descendientes, llámense hermanos, hijos, sobrinos o nietos. Eso es  molestoso e inquietante porque el maracucho fue enseñado por sus familias a querer, respetar y cuidar a sus abuelos. Hubo una época, no muy lejana, en que todos estábamos orgullosos y empeñados en amar a nuestros padres.

Terminamos haciendo una invitación al empezar de nuevo por aquello de que “más vale tarde que nunca”.

 

DC / Luis Acosta / Artículista

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