Rutas, sabor y tradición. Por Luis Acosta

El llamativo y particular título de este programa nos hace recordar, con cariño, lo que hacíamos, recién empleados en el comercio de Maracaibo, para disfrutar las vacaciones. En efecto, empezábamos por marcar, mostrar y discutir la ruta a seguir en el año. Decidíamos, por ejemplo, tomar la vía Maracaibo-Zona Petrolera, Mene Grande- Pampa-Pampanito-Agua Viva y hasta Flor de Patria, en el Edo. Trujillo. En el viaje se cubrían las etapas y se cumplían los itinerarios. En esta ruta se pasaba por Betijoque y el pueblo de Sabaneta, donde se comía el pollo a la brasa más suculento del mundo. El que pasaba por allí, era tradición el desayunarse en Pampan o Pampanito. El sabor llegaba después y, al final de cada toque, se sentía la tradición en todo aquello. En efecto, en Pampan se comía un cochino frito espectacular: limpio, fresco y bien cocido. Lo acompañaba un picante casero de olor penetrante pero agradable; todo de sabores exquisitos que solo en Pampan y Pampanito se conseguían. Mas, no bastaba la carne de marrano. Después aparecían las arepas andinas aplastadas a todo su tamaño, sacadas del budare y manchadas por la parrilla sobre la corteza del maíz. Por otro lado, los quesos de cabra, de mano y la cuajadita de hacienda, de una producción de la zona o del mismo lugar, estaban esperando sobre la mesa. No podemos olvidar el café “al fogón”, el calor de la leña que arropa sin quemar y el cuartico de huéspedes con cortinas remendadas por las abuelas pero limpias y participativas, pues todo se veía desde afuera y se oían los pormenores de adentro. Al cerrarse la jornada venia la chicha andina con el ron agregado listos para visitar el Mirador Miranday en las montanas de Trujillo.

La ruta hacia Barquisimeto era agobiante, cansona y lejana. Tenía que pasar por Casa de Zinc y subir por el Cerro de La Cuchilla, de derrumbes continuos, con las laderas fangosas y peligrosas. Era indispensable el desayunar o el almorzar bien puesto que no se podía calcular el tiempo de ruta. La Casa de Zinc nos hacia recordar la película Casablanca que filmaron Humphrey Bogart e Ingrid Bergman. Tanto el desayuno, como el almuerzo, valían la pena por lo original, sano, sabroso y por el ambiente tradicional de los comensales de Julio hasta Octubre, meses de las vacaciones estudiantiles. El clima presentaba un frio agradable. Era impresionante la llegada de carros, camiones, camionetas y autobuses llenos de forasteros, turistas, montañeros, pasajeros, familias enteras y transeúntes hacia la zona central del país. Tocando el paso por Carora, funcionaba una famosa alcabala para vigilar el tráfico de animales vedados y de caza prohibida y, al fin, llegaba el tiempo de arrancar velozmente hasta la ciudad, mirando y disfrutando los toques naturales y los crepúsculos más extraordinarios de América excluyendo, naturalmente, el Relámpago de Catatumbo.

Así pues, Casa de Zinc era un paraje hermoso, de servicios y preparación para embestir sobre La Cuchilla. La revisión del vehículo, la toma de gasolina, las compras artesanales y las necesidades fisiológicas se cubrían en este sitio. Muchos visitantes y viajeros se hospedaban en aquella joya de la naturaleza en el que se constituían sus paisajes, espejos y caídas de agua entre las bellas montanas y cordilleras andinas. Eran los años 60 que nos hacían disfrutar a los Beatles, los muchachos de Liverpool. En ese entonces, ya Barquisimeto se veía despegar. Su cuadrante de ciudad, plana, vigorosa y centrada; la nomenclatura de fácil orientación, y el orden de la ciudad capital hacía observar con facilidad su amplio y abierto futuro. Por otra parte, el Guaro ponía el toque de simpatía, admiración y trabajo en su pueblo natal. Como despedida, no podemos olvidar aquel revuelto de huevos de gallinas picatierras andinas, salteados con tomates, ajíes y cebolla en ramas que veíamos salir de la cocina de la Casa de Zinc donde se despachaba un servicio tras otro por Bs 20.

Al concluir la recta de Barquisimeto, se tropezaba de frente con el Obelisco, símbolo de su crecimiento y modernidad que incluye un buen hospedaje a las puertas de la ciudad y sus fogones campestres, con fuego, carbón y leña, y la cecina salada al estilo coreano en carne de chivo seca al aire, al sol o al humo.

La Ruta sobre la conquista del Sur es preciosa, llena de aguas abiertas como el Rio Caroní, mansas como el Rio Caura y largos, profundos y caudalosos como el Orinoco. Pero esa ruta la cubriremos para el mes de mayo, a ver si tenemos suerte y nos encontramos con un concierto de Serenata Guayanesa en Ciudad Bolívar o Puerto Ordaz.

 

DC / Luis Acosta / Articulista

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