El (in) culto a la personalidad, por Luis Barragán (@LuisBarraganJ) 

Finalizando el año, la Asamblea Nacional de Cuba, apenas, una presunción de parlamento, sancionó una ley mediante la cual prohíbe emplear el nombre y la imagen de Fidel Castro en los espacios públicos, según la postrera voluntad de quien logró complementarse con José Martí, empecinado en refundar la identidad nacional de los isleños. Por cierto, una agencia noticiosa recordó que, hacia marzo de 1959, surgió un instrumento legal que vedó o dijo vedar cualesquiera monumentos en tributo a las personalidades en vida. 
 
Tardando demasiado, a las pocas horas Maduro Moros anunció una ley semejante en relación a Chávez Frías, tildando el culto a la personalidad como una desviación pequeño-burguesa, y prodigándole – eso sí – los consabidos adjetivos que muelen de hastío a los venezolanos. Cual agente del protectorado, invocando la vigencia de la ley habilitante, el correspondiente decreto muy poco agregará al habitual cinismo de todos estos años. Empero, subyacente, adivinamos la necesidad de decretante por recobrar una individualidad que, deliberadamente, sacrificó para sustentarse políticamente en la devoción del antecesor que hoy luce como un fantasma del imaginario colectivo, definitivamente agotada toda la manipulación en la que se esmeraron los especialistas. 
 
La anécdota –  así destaca, teniendo por fondo nuestros dramas – sugiere una sublimación del reciente luto cubano que, a su vez, lo es del más remoto del Kremlin, teniendo por diferencia el XX Congreso del PCUS y la asistencia de delegados extranjeros que mermó la confidencialidad de sus sesiones. Valga acotar, denunciado el culto a la personalidad y los crímenes que perpetró Stalin, todavía Grover Furr  se atreve a cuestionarlos  (“Kruschev mintió”, Vadell Hermanos, Caracas-Valencia, 2015), huérfano de fuentes confiables y pruebas convincentes. 
 
De ética política se habla en la dictadura caribeña, mientras acá constituye un comentario más de los acostumbrados por Maduro Moro a contrapelo de una realidad macabra, como la que él – y no otros – ha creado. Quien se ha dicho hijo por siempre de Chávez Frías,  parece medir su poderío con los disparates que dice y hace ante la aparente resignación de todos: suerte de “poderómetro” para el ilimitado ensayo, concebido como un arte de gobierno.. 
 
El (in) culto a la personalidad presidencial que también le dio y le da soporte a una ya larga experiencia de poder, marcando un retroceso en nuestra cultura política, apeló y apela a las más burdas manifestaciones mágico-religiosas. Imposible de sostener, es tiempo de abrir las ventanas hacia la sensatez y el libre debate, soportando una transición democrática sobre principios y valores capaces de explicar la legitimidad política más allá del penoso y sedicente credo de los gobernantes de turno. 
 
 
DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ

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