Las Hallacas, por Luis Acosta

Entre las tradiciones más recordadas, populares, sagradas de hecho y costumbre, que forman parte del ritual familiar, cristiano y espiritual de la navidad en Venezuela, se constituyen Las hallacas de diciembre. Ha sido tan constante en la vida del país, que muchas personas y negocios se hicieron famosos por sus suculentas hallacas; su suave textura y la sabrosa mezcla de sus distintas carnes: res, cerdo, gallina y, en años mas mozos, el bacalao. Así, la hallaca de La Zulianita, en la Plaza Baralt de Maracaibo; La Negra, al final de la Av. Perimetral de Cumana; El Mercado de Quinta Crespo, en Caracas; o en casa de Isidora, en Margarita. Viajeros de todo el país y del exterior, se desplazaban para cada una de estas ciudades en busca de la mejor hallaca y, de esa forma, organizaban sus vacaciones.

Pero estas ilusiones se fueron disipando en calidad y menos productoras. Los precios, por su parte, hicieron su agosto entre las vicisitudes que fueron cercando las hallacas y su tradición. A pesar de eso, la hallaca aparecía en la cesta navideña y, aun, existe el encargo de la ama de casa a su jefe para que no olvide la compra del formidable pastel. Más, es notable que en este año, así como en el último trienio, el consumo de la hallaca en el país se haya mermado de la canasta decembrina de los hogares patrios. El esfuerzo y las ganas de adquirirlas se quedan cortos ante los costos del producto. Por otro lado, se dificultan mas porque gustan tanto que, aun los adolescentes, cada uno se come dos. Como si fuera poco, su valor total pesa demasiado en diciembre por cuanto se juntan con La Pascua, el vestido nuevo, los zapatos combinados, los juguetes y, además, los regalos. De suerte pues, que el presupuesto se complica más al final del año porque se duplica la fuerza del consumo desde el 24 hasta el 31, y, muchas veces, hasta el Día de Reyes.

Luce, pues, grato y magnífico, el compromiso del Presidente de traer condimentos, entornos, alcaparras y aceitunas para 10 millones de hallacas que, inferimos, deben repartirse entre 30 millones de venezolanos. En efecto, si decidimos multiplicar por dos, por persona, tanto para el 24 cuanto para el 31, serían 120 millones de unidades. Ahora bien, como no todos comen y otros no lo pueden hacer, sea por requerimiento personal o médico, estimaríamos que solo el 50% de la población lo hace. Entonces calculamos que, reducida la abstención y la aplicación de la regla de la proporcionalidad, tendremos la necesidad de al menos 60 millones de hallacas. Por lo mismo, es mejor, antes de caer en medias verdades en la repartición, alistar todo para que en las CLAPS de noviembre y diciembre, se repartan en éllas, cestas o bolsas de alimentos e insumos dirigidos exclusivamente a la hechura de las hallacas; de suerte que cada quien las use a su interés y medida satisfactoria porque lo peor es que solo una parte de la población pueda comer hallacas.

Consecuentemente y como quiera que después del Vaticano 2016, en Venezuela se ha llegado a plantear el bajar las presiones y las peleas, sin abandono de las causas de cada quien, todos estamos obligados a remar hacia el mismo sitio, proponiendo que el norte de las reparticiones para los CLAPS, antes nombrados, sea con la idea dicha y precisa de lograr que todos comamos hallacas. Es ésta la ayuda al Presidente para que la felicidad colectiva penetre en la navidades, año nuevo y reyes nadando en la misma corriente y con el viento en popa hacia la misma orilla, con la esperanza de que el regreso de esa oleada sea una marea que contenga la voluntad patriótica y definida de que las dificultades terminen, programando unas elecciones generales que persigan los propósitos a través de una enmienda constitucional que resuelva las diatribas y los egoísmos y unifique el país a sabiendas que Venezuela no se acaba mañana.

 

DC / Luis Acosta / Artículista

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