#1Jun El mundo celebra los 90 años de la inmortal Marilyn Monroe (Fotos)

En vida reconoció que se debía a su público. “Él es mi única familia”. Al fin y al cabo, sus primeros años transcurrieron entre orfanatos y casas de adopción. La rubia Marilyn tiene la edad de nuestros sueños eróticos, como dijo alguien a la muerte de Greta Garbo, con quien Billy Wilder la comparó en vida: Como la Garbo, la carne de Marilyn “traspasaba la pantalla, trascendía la fotografía, como si fuera real y uno pudiera tocarla”, dijo Wilder, quien nos regaló su película “El apartamento”.

“Conocí” a Marilyn en los años sesenta, en las célebres fotos, sinfonías en color azul, que publicó la revista Life. Fue un clásico amor platónico a primera vista. (La revista Playboy, de Hugo Hefner, también la presentó con la ropa en el clóset). En aquel tiempo, había que sobornar a los porteros de los cinemas paradiso de barrio para ver algunas de sus películas que la censura eclesiástica encontraba pornográficas para su gusto.

Con todos los honores, y a raíz de su destape en Life y Playboy, Marilyn figuró en el prontuario de pecadillos de menor cuantía que le confiábamos al cura cuando nos acercábamos a ese sofá vertical que es el confesionario. Uno de mis confesores me exigió un día «detalles, más detalles» sobre la película en que la diva aparecía solo con algunas gotas de Chanel no. 5 encima, traumatizando mi incipiente erotismo. Yo entendí que, a costillas mías, el párroco se quería ahorrar la entrada a cine disfrazado de ateo y me limité a contarle que Norman Jean Baker, su nombre de pila, había nacido el día de san Pánfilo. En teológica represalia por la escasez de detalles, el enviado de Dios me triplicó la penitencia.

Las rubias como Marilyn los preferían «tiernos y delicados», según le confesó a su amigo Truman Capote, en el funeral neoyorkino de la británica Constance Collier, una de sus garúes y fugaces biógrafas. “Es como un colibrí en vuelo; sólo la cámara puede congelar su poesía”, le confesó la Collier a Capote. “No llegará a vieja”, vaticinó la Collier. Y Marilyn paró su reloj de arena a los 36 años.

La diva también había hecho un fúnebre vaticinio, matizado de humor negro: “Odio los funerales. Me alegro de no tener que ir al mío”.
Antes le había confesado a Georges Belmont, de la revista francesa Marie-Claire, uno de los pocos que la entrevistó. “Espero disponer de tiempo para llegar a ser mejor y más feliz, tanto vital como profesionalmente. Intentar ser feliz es casi tan complicado como intentar ser buena actriz”.

Padecí momentánea disfunción eréctil cuando descubrí que entre la lista de los 10 preferidos por mi “dulce enemiga” para hacer el amor, no figuraba yo aunque sí un tal Albert Einstein. Claro que para ponernos en su sitio a los varones domados, también le confesó a su amigo Capote en el recorrido que hicieron por Nueva York después de despedir a la Collier: “Los perros nunca me muerden. Sólo los humanos”.

El padre Ernesto Cardenal, poeta nicaragüense, se lamentó en una de sus oraciones que Marilyn “tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes” que la llevaron al otro lado de la vida. Muchos años después de iniciar el sueño sin regreso por la vía del «nembutal», no sobra un responso por la diva de nuestros insomnios. Cortesía de El Espectador.

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