El gobierno no se va a dejar, por Ángel Oropeza (@AngelOropeza182)

Arrancando en clara desventaja la carrera electoral, y desde una posición de evidente minoría, una de las estrategias sobre las cuales el gobierno cifra sus esperanzas para el próximo diciembre es en desmovilizar a la mayoría opositora. Y para ello, uno de sus aliados está en lo que la moderna Psicología Cognitiva denomina “anticipación negativa”.

La anticipación negativa es un patrón particular de pensamiento que lleva a quien lo padece a presuponer constantemente que algo va a salir mal, no dudar en ningún momento de esa predicción, y actuar en consecuencia. Típicos ejemplos de la anticipación negativa son frases como “mejor no voy porque me va a pasar algo malo”, “no llamo porque no me van a aceptar”, “mejor ni lo intento porque ya sé que no lo voy a lograr”, y otras de uso frecuente en algunas personas.

Lo esencial de este patrón psicológico es que se anticipa que las cosas saldrán mal sin tener datos que apoyen esas conclusiones. En otras palabras, se interpreta una posibilidad como si fuera una realidad segura y negativa, y se actúa conforme a ella. Y las consecuencias de esta tendencia a pensar así van más allá de lo meramente cognitivo. En efecto, con la anticipación negativa se incrementa la producción y las acciones combinadas de la hormona cortisol y las catecolaminas, activando el sistema nervioso autónomo y generando en consecuencia angustias, miedos y pesimismo.

Es cierto que la anticipación ante determinados riesgos y peligros nos protege y permite prepararnos lo mejor posible para afrontarlos. Pero, como afirma el doctor Elías Abdalá (Las trampas de la mente), cuando las desgracias que anticipa la mente son abstractas, exageradas o ilógicas, nos paralizan, enferman y limitan.

En el plano político, cuando la anticipación negativa se generaliza a muchas personas, no solo desestimula la organización popular sino que, además, contribuye a consolidar un piso actitudinal-psicológico de aceptación y resignación colectivas sobre las cuales los gobiernos autoritarios edifican su modelo de dominación.

Si mucha gente se convence de que frente a su entorno político no hay nada que hacer, que lo que ocurrirá es malo pero además inevitable, que solo queda rendirse porque no hay forma de cambiar o de siquiera enfrentar a quienes le oprimen, entonces el modelo de dominación comienza a echar raíces y a ser percibido como irreversible. No en balde una de las cosas que los gobiernos de signo autoritario primero buscan sembrar en la población es convencerla de su muy precaria eficacia política, esto es, de su muy reducida capacidad de influir sobre los hechos políticos y mucho menos de cambiarlos.

Este gobierno ha sido tan malo y tan largo que es lógico que, después de tanto tiempo, mucha gente crea que está condenada a seguirlo sufriendo. Y no solo eso: lo más grave es que termine pensando que es inevitable y que, no importa lo que pase, nada se puede hacer para cambiarlo. Un ejemplo de ello han sido las afirmaciones de algunos que aseguraban que no se iban a convocar las elecciones para este año. Ya conseguido el objetivo, juran que de todas formas no las habrá. Y que si las hay, la oposición no podrá ganarlas. Y si las gana, el gobierno no lo reconocerá. Y si no puede no reconocerlas, pues igual algo malo pasará, simplemente porque el gobierno “no se va a dejar”, como si torcer la voluntad mayoritaria de un pueblo fuera tan sencillo. Ya lo decía Fernando Savater: una vez que un pueblo toma la decisión de cambiar, no hay fuerza que pueda detenerlo. Es solo un asunto de tiempo.

La calle, las encuestas y las reacciones de perplejidad de los burócratas oficialistas son la mejor evidencia de que la realidad política cambió y el país se asoma a un amanecer distinto. Solo falta que empecemos a superar la desesperanza inteligentemente cultivada por el gobierno desde hace más de tres lustros y comencemos a darnos cuenta de que el país que queremos está a la vuelta de la esquina, y que solo depende de nosotros.

 

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