Viaje a la infancia y juventud de Gustavo Cerati

“Todavía me parece verlo ahí”, me dijo Lillian Clarke (mamá de Gustavo Cerati) la primera vez que fui a su casa, señalando un rincón del living (sala) donde daba el sol. Todas las tardes, cuando Cerati volvía del colegio, se sentaba horas en ese lugar a practicar con su guitarra.

Era agosto del 2012. Aún hoy, Lillian sigue viviendo en la casa de siempre, en una calle tranquila de Villa Ortúzar, un barrio de casas bajas y talleres mecánicos, a media cuadra de una plaza con calesita (carrusel), árboles antiguos y chicos jugando. “Cuando empezó con ‘El temblor’, yo estaba en la cocina preparando algo para comer y le dije: ‘Qué hermoso, Gustavo. ¿Qué es eso?’. Y me contestó con un simple: ‘¿Te gusta, mamá?’ ”, recordó Lillian, entre tantas anécdotas de su hijo.

Yo llevaba un año y medio trabajando en la biografía de Cerati –que recoge testimonios y recuerdos que dibujaron la vida del músico, desde su infancia hasta el día de su muerte–, lanzada esta semana en Argentina, y que llegará a Colombia en septiembre. No sabía que el trabajo iba a llevarme casi cuatro años y medio. Había hablado con sus mejores amigos, con músicos que habían grabado con él y con Charly Alberti (baterista de Soda Stereo), pero Lillian era la llave para empezar a reconstruir la infancia de Gustavo.

Las primeras veces hablamos por teléfono y le gustó que mi apellido fuera inglés. “Yo tengo sangre irlandesa”, me dijo, y agregó: “La palabra ‘biografía’ suena como si estuviera muerto, no me gusta mucho, dejámelo pensar”. Una semana después, volví a llamarla y esta vez aceptó. Me citó un miércoles a las 3 p. m. en su casa. Me aclaró que podía recibirme dos horas porque después tenía que ir a la clínica. Gustavo llevaba más de dos años en coma y ella iba todas las tardes a visitarlo, a cuidarlo.

 

En esa primera visita, me contó que a mediados de los 50 conoció a Juan José Cerati trabajando como taquidactilógrafa en una petrolera, y que después de casarse vivieron un año en una pensión. Cuando quedó embaraza, ya habían alquilado un departamento en el barrio Barracas. “De chico, Gustavo se la pasaba dibujando y le encantaban las historietas”, recordó. En las noches, cuando Juan José volvía de trabajar, siempre le compraba algún cómic de Supermán, Tarzán o Flash. “Copiaba los superhéroes estos de las revistas y creaba unas historias maravillosas”.

Hablar con Lillian me sirvió también para contactar a los amigos de infancia de su hijo. En una de mis visitas, después de mostrarme el cuarto de él, Lillian me dio el número telefónico de Sebastián Simonetti, uno de sus mejores amigos en el colegio parroquial San Roque y a quien le compuso la canción “Dime Sebastián” en los primeros días de Soda Stereo, aunque nunca se grabó de forma oficial.

Días más tarde lo llamé y me citó en el propio colegio. Hace unos años que trabaja allí encargándose de la parte técnica de las instalaciones. Cuando fui, me hizo un tour por los pasillos y las aulas donde transcurrieron sus días de escuela. “A Gustavo le decíamos ‘Melena’, por sus rulos. Éramos amantes de las cosas extrañas”, contó. Después, llegamos al aula donde cursaron todas sus clases y señaló la fila junto al ventanal donde se sentaban. Cerca de allí había una sala de profesores, que no les sacaban los ojos de encima. “Teníamos un juego con Gustavo y otros compañeros que consistía en pasarnos una pelotita imaginaria entre nosotros, haciéndole rebotar en las paredes y el techo –afirmó–. Los profesores se volvían locos, nos revisaban las mochilas pensando que era una pelotita de verdad”.

Al poco tiempo, en un bar cercano a ese colegio, Simonetti me presentó a Alejandro Magno, el compañero de pupitre de Gustavo, que acababa de volver a vivir a Buenos Aires después de casi 20 años en Italia. Ahora, trabaja manejando un taxi. Sebastián, Alejandro y Gustavo andaban todo el día juntos, compartían discos de rock de Yes y Genesis, leían sobre ovnis y hechos sobrenaturales, fumaban sus primeros cigarrillos.

Al terminar la secundaria, Cerati empezó a estudiar Publicidad en la Universidad del Salvador junto a Zeta Bosio, con el que luego creó Soda, al lado del baterista Charly Alberti, al que conocieron en esa misma época. Sebastián y Alejandro fueron a ver los primeros shows del grupo de Gustavo. “Pero no nos gustó”, recordó Simonetti, y agregó: “Nosotros escuchábamos rock progresivo, y la new wave nos parecía música comercial, que traicionaba nuestros principios”, agregó.

Unas semanas después, tomé un tren desde la capital hasta Caseros, en los suburbios, para hablar con Daniel Altube, un compañero de secundaria de Gustavo con el que emprendió sus aventuras adolescentes. “Éramos ‘hiperamigos’ y me contagió de un montón de música”, comentó.

Altube ahora tiene un taller mecánico y charlamos entre unos autos desarmados que tenía en el frente del garaje. Ese mediodía me contó que ‘The cinema show’, de ‘Génesis’, era el tema preferido de Gustavo en su adolescencia y que lo practicaba todo el tiempo con la guitarra.

La universidad para Gustavo fue como descubrir un nuevo mundo. Gustavo tenía 19 años, acababa de salir del servicio militar y, de pronto, se vio en un aula repleta de jóvenes que se maquillaban para ir a bailar, se teñían el pelo y escuchaban música que nadie más conocía en Argentina. Él, en cambio, tenía el pelo rizado y vestía solo jeans y camisetas. Rodeado de todos esos compañeros que eran DJ, trabajaban en publicidad o dirigían películas, empezó a salir de noche, a escuchar música nueva y a tocar en varios grupos, justo antes del nacimiento de Soda Stereo.

 

Los raros peinados de Soda
Carlos Alfonsín, quien cursó Publicidad con Gustavo y Zeta, era “el gurú musical de Soda», como lo decía el propio Cerati.  Él les hacía escuchar los grupos que estaban apareciendo, como The Cure. Fue en 1979. Estábamos tomando un café en un bar de Palermo cuando exclamó: “¡Tenés que encontrar a ‘Tashi’, la novia de Gus en esa época! Fue la que le dio el look de raros peinados nuevos a Soda”.

El nombre real de ‘Tashi’ era Anastasia Chominsczyn. La busqué en Facebook: se había convertido en una reconocida cirujana plástica. Intenté contactarla hasta que un día, finalmente, encontré un mensaje suyo en mi red social. Me citó en un bar cerca de su casa la semana siguiente. Fui a verla lleno de curiosidad: era la mujer que le había dado a Soda Stereo ese look que inspiró a Charly García a componer la canción Raros peinados nuevos.

‘Tashi’ tiene hoy algo más de 45 años. Ese día, me contó algunas de las historias de esa época. Me mostró un retrato que le había dibujado Gustavo sobre un cartón. Ellos se conocieron una noche de 1984, en la que Soda Stereo tocó en el boliche Marabú. Gustavo estaba sobre el escenario cantando Vitaminas, cuando vio entre el público a una chica con el pelo alborotado, los ojos delineados y un maquillaje casi zombi. Quedó tan fascinado que caminó hasta el borde del escenario, se agachó para mirarla más de cerca y le cantó el resto de la canción. Era la mezcla de elegancia, rebeldía y modernidad que estaba buscando para el look del grupo y, cuando terminó el show, salió a buscarla.

Anastasia tenía 15 años y acababa de llegar a Buenos Aires después de vivir en Inglaterra y Bélgica. Encarnaba la visión que él tenía para Soda Stereo, lo que él quería ser. Luego fueron novios. “Le revolvíamos el placar (armario) a Lillian y le sacábamos blusas y vestidos que rediseñábamos para que Gustavo los usara en los toques –contó–. Lo mejor para que el pelo quedara bien parado era usar jugo de limón, cerveza o jabón blanco”.

En el verano de 1986, ‘Tashi’ logró que sus padres la dejaran acompañar a Gustavo en una gira, pero después del tercer show él la dejó por la modelo Noelle Balfour. ‘Tashi’ tenía 17 años y Gustavo sentía que era muy joven para acompañarlo en su nueva vida de estrella de rock.

Después, empecé a buscar a Noelle. No estaba en Facebook y su nombre aparecía escrito de varias formas distintas, así que rastreé varias direcciones de mail posibles y escribí mensajes a ciegas, a ver si alguno funcionaba. Y funcionó. Hacía años que vivía en Los Ángeles y tuvimos largas sesiones de charlas por Skype. Me contó que había sido un amor breve pero fulminante. Al mes de conocerse, hablaron de casarse. “Cuando se lo contamos a los padres de Gustavo, Juan José se puso blanco –sostuvo–. A ellos les parecía un error”. Mientras planeaban la boda, el ritmo de conciertos de Soda Stereo se estaba volviendo muy vertiginoso: tocaban hasta siete veces por fin de semana.

Juntos alquilaron un departamento en el barrio de Recoleta, pero casi nunca estaban juntos. Noelle trabajaba en televisión y Gustavo se la pasaba viajando a tocar al interior de Argentina con Soda. No tenían casi muebles y antes de casarse la relación terminó estallando: era un ritmo de vida insufrible y Noelle se hartó. Una tarde iban en el Ford Falcon gris que Gustavo había heredado de su padre y ella sufrió un ataque de nervios. Agarró un manojo de llaves, lo estrelló contra el parabrisas del auto y se bajó. Gustavo estuvo buscándola tres días y, cuando por fin logró hablar con ella, le dijo que la relación se había terminado. “Me acuerdo que volví a la casa de mi mamá tan angustiada que tomé todas las pastillas que encontré en el botiquín. Como al día siguiente no me despertaba, mi mamá se preocupó, llamó a Gustavo y me llevaron a un hospital. Después de ese episodio, Noelle viajó a España a olvidarse de él.

Unos meses más tarde, en una noche de insomnio, él escribió en el departamento que habían alquilado para los dos las letras del disco Signos, inspirado en el final dramático de la relación. Al poco tiempo, Gustavo se casó con la bailarina Belén Edwards y ella, tras unos años en Buenos Aires, se fue a vivir a Estados Unidos. Tras la separación, conoció a Cecilia Amenábar, la madre de sus dos hijos: Benito y Lisa Cerati.

Hijo del líder de Soda critica la biografía
Benito Cerati, hijo de Gustavo Cerati, hizo esta semana varias críticas al libro publicado por Juan Morris. A través de un mensaje de Facebook de su banda Zero Kill, cuestionó al autor de la biografía por supuestamente “infiltrarse” en el velorio de su padre. “Hay tanto fraude a nuestro alrededor”, escribió el joven. Sobre el tema, Morris le dijo a Efe que entiende que a la familia “le pueda resultar incómodo un libro así, como le ocurriría a él si alguien escribiese sobre su padre”. A El Tiempo le expresó que prefiere mantenerse al margen de la polémica y que el texto que hoy publica, sobre cómo trabajó parte de su libro, es la mejor respuesta que puede dar.

 

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