Venezuela: ¿Es  una  patria  asesina?, por Nelson Romero Díaz (@NROMERODIAZ)

El título verdadero no es una interrogante. Es una afirmación.

 

Retumba en los oídos: ¡Tu patria es asesina! ¡Tu patria es un cementerio! ¡Tu país es una….ñ!

 

Resuena como un eco: ¡Ustedes, los venezolanos, no son ciudadanos de un país, sino pobladores de una ranchería! ¡Ustedes no aman a su país, permiten que ustedes mismos lo vuelvan m….!

 

Reiterativo en el diario caminar sobre las aceras de las vías públicas es la voz: ¡Se perdieron los valores! ¡No hay educación! ¡Son incultos! ¡No tienen idea del valor del tiempo! ¡Son pura guachafita!

 

Es cierto el desagrado producido por una afirmación tal como que la que la patria propia es asesina. Lo lamentable es no haber  forma ni manera de negarlo o contradecirlo. Un punto previo: es probable que esa afirmación tenga una representación humana; vale decir, alguien con nombre y apellido y no, el concepto del término “patria”, el cual a decir de los patrioteros es sagrado.

 

Pregúntese: ¿Cómo le niega usted el derecho a expresarse en esos términos al familiar de un prójimo extranjero que lo hayan asesinado en el territorio venezolano? ¿Cómo evita que ese doliente diga lo que es, y lo que no es, en sus círculos más cercanos, acerca de un país que se supone está en vías de desarrollo, que es el más rico en reservas petroleras, tiene oro, hierro y otros minerales, las mujeres más hermosas del Universo?

 

No hay forma ni manera de evitarlo. Pero también, no podemos caernos a cobas. Venezuela si es verdad, es un cementerio.

 

Es un camposanto de proyectos públicos inconclusos; de honradeces verbales cambiadas por cuatro lochas y un castillo en la montaña; de discursos sin fin, pero con la creencia de ser los ombligos del mundo. Venezuela es un cementerio de las ilusiones de niños, adolescentes, jóvenes que lo único aprendido es que una bandera tricolor cambió de siete a ocho sus estrellas y su escudo modificó a un caballo galopando al futuro y despidiendo a la colonia que fue su país, por el mismo caballo con la misma carrera, pero en dirección contraria, regresando a ser, nuevamente, la colonia de indios, negros, esclavos, mestizos que fuimos, pero no de España sino de un país antillano que el imperialismo y egocentrismo de un hombre la ha convertido en la referencia más triste que tenga idea el alegre caribeño americano y el resto de América.

 

Venezuela si es una patria asesina de deseos de prosperidad individual y global; de arraigos patrios, vueltos añicos por la necesidad de la supervivencia; de obras de ornato público destrozadas con el espray de las consignas políticas y de los avisos de poligamias de a tres: ¡Chucha ama a Polyester, Polyester ama a José. José no ama a Chucha!

 

Escuchar la diaria descalificación de un país no es una cosa de niños; de una partida de dominó, de póker o de Black Jack. No es una escapada de fin de semana a la playa, al mar, a la montaña. No es la aceptación resignada de hacer filas para comprar una medicina y echar chistes, cuentos y anécdotas de cuando Bolívar empeñó las minas de su familia para financiar la Guerra de la Independencia. No es de estar rememorando las hazañas deportivas pasadas, cuando éramos menos y vencedores.

 

Gran parte del desencanto y desilusión del, y de los venezolanos, lo motiva la depauperación nuestra en comparación con la riqueza de otros, con menos recursos. Quizás un psiquiatra, un psicólogo pueden explicar mejor ese “complejo” agobiante del hermano rico presente en los Presidentes, sobre todo de aquellos que malgastaron las bendiciones divinas criollas y recurren a las de otros países, como si fuésemos colonias, para dar vida a lo que fallece lentamente: la venezolanidad, el orgullo de haber nacido entre los paisajes cuyos puntos extremos son: el Cabo San Román, el nacimiento del río Arari, el del río Intermedio al oeste y el punto de confluencia de los ríos Barimas y Mururuma. O ¿es que acaso no es una bendición de DIOS que hayamos tenido la riqueza monetaria que se esfumó?, recuérdese a Carlos Andrés I y Hugo Rafael, siempre,

 

No es mucho lo agregativo a estas líneas. Todo se vuelve reiterativo y como un “ritornelo” se busca un responsable que puede ser: o un malhechor nacido en otra Vía Láctea del Universo que conspira contra el país; o una asociación de “prestamistas a premio”, de esos cobradores de intereses por el capital prestado a razón de un veinte por ciento semanal; quizás sea un miembro de la oligarquía Plutoniana que no tiene nada que hacer en su planeta y viene a jodernos el territorio; o de los envidiosos de no haber tenido a un Bolívar, un Páez, un Urdaneta, un Bermúdez, un José María Vargas, un Gual, un España, un Ribas, un Mariscal Sucre, Manuel Piar, Mariño y otros tantos que largaron la vida a caballo por América para que doscientos años después, un infantil capricho de fanático beisbolero haya traído hasta este estado de cosas a un país, aún cuando tuvo los recursos inimaginables incluso a los peores administradores de la Hacienda Pública.

 

Unos ciudadanos que se respeten no hubieran permitido esto.

 

¿Cuál será el final de esta historia? ¿Veremos a los culpables de esta miseria implorando piedad cuando una masa enardecida les rodee? No se sabe. A lo mejor no, porque los venezolanos tenemos algo que no tienen muchos otros: la compasión; en ocasiones, excesiva. Solo el temor a llevar dentro de sí “sentimientos de culpa”, ya es de por sí una limitación para ese tipo de reacciones.

 

¿Qué culpa tienen los jóvenes de haber nacido en un país de pobladores de rancherías físicas y mentales? Ellos, ninguna y alguna. Ninguna porque son los adultos quienes les preparan las autopistas para la prosperidad y sus triunfos. Alguna porque nunca deben permitir el sometimiento de sus vidas a los asuntos que representan muros de contención para sus éxitos.

 

¿Cuál es la rabia que sienten quienes ocupan ciertas posiciones de poder en la organización Estatal para someter a las bisabuelas, abuelas, madres e hijas a realizar interminables colas bajo el sol, sin agua para intentar comprar un paquete o, dos, de pañales si lleva la partida de nacimiento; el récipe médico para adquirir el medicamento para el control de la diabetes, o de cualquier otra condición sanitaria? Pregunto: ¿Es que los funcionarios se relamen las comisuras labiales viendo ese espectáculo? ¿Les gusta emular al pueblo cubano y otros que han vivido bajo la égida del comunismo? El valiente da respuestas. El cobarde se ríe.

 

DC / Nelson Romero Díaz / Ingeniero Civil / @NROMERODIAZ

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