La conciencia de la lealtad, por Luis Barragán (@LuisBarraganJ​)

De sorprendente precisión de fechas, horas, nombres y circunstancias, el entrevistado deja su versión de los hechos: “La conciencia de la lealtad. Confesiones del general en jefe Jorge Luis García Carneiro, sobre el golpe de Estado en Venezuela de abril de 2012” (Editorial Metrópolis, Caracas, 2014), prudentemente interpelado por Andrés Ramón Giussepe Ávalo. Importa y mucho que los actores del drama venezolano de década y media, en ambas aceras, dejen su testimonio para la inevitable polémica de las décadas por venir. 
 
??????????????E, igualmente,  importa una inicial aproximación a la obra que sugiera una más equilibrada y templada reflexión posterior, independientemente de la adscripción política e ideológica de un referente de principios de siglo, por lo menos, en la corporación castrense. Y esto, a pesar de la frecuente apelación que hace a las consignas, ajustándose a la versión oficialmente consagrada, teñida de la consabida propaganda, que nos habla más del estudio de un cuestionario previo que evitó  el riesgo de un intercambio inmediato y espontáneo. 
 
Llama la atención el meticuloso relato de las vicisitudes de un oficial de alto rango que debió moverse en el desarrollo de un (contra) golpe de Estado, al relacionarse con sus colegas, disponer de la movilización de recursos, acceder a Fuerte Tiuna,  lidiar con la red interferida por el adversario,  aplicar el Plan Ávila bajo su responsabilidad, hasta destacar la importancia  del Libro de Ronda (108),  detallar su oficio militar (193), invocar ciertas habilidades políticas (78, 110), o dibujar el ambiente deliberativo de los altos mandos militares (123).  Además de cotejar los elementos de convicción que le asisten, respecto a los esgrimidos en el informe final de la comisión especial del parlamento que ventiló tan inusual acontecimiento, añadido el voto salvado de la bancada opositora, por cierto, todavía pendiente una Comisión de la Verdad tal como universalmente se entiende, resulta inevitable dudar de la tarea de los llamados defensores de Puente LLaguno que “pasaron a la historia” (73), la exclusiva alineación de los francotiradores con la Policía Metropolitana (67), al igual que otros aspectos como el de la invención de los vínculos del gobierno venezolano con la guerrilla colombiana (44),  la traída del homicida Joao de Gouveia por los ocupantes ulteriores de Plaza Altamira (29) o, en general, la prédica soberanista, mientras el entrevistado atendía e informaba al embajador cubano en medio de  los sucesos (125 s.). 
 
El capítulo de abril de 2002, por consiguiente, no está cerrado y, aunque ya ha alcanza el terreno propio de la inquietud histórica, siguen el empeño del dividendo político. García Carneiro refiere que las nuevas generaciones no comprenden cabalmente aquellos eventos que ilustran una de las mayores violaciones de los derechos humanos en medio siglo, pero – incurriendo en un exabrupto – afirma que ahora “se la pasan protestando, guaribeando, en defensa de los intereses extranjeros” (31, 111). 
 
Sociológicamente, luce interesante que la amistad personal, aún de larga data, no constituya garantía para el ascenso político, pues, conoció a Chávez Frías al comenzar sus estudios en la Escuela Militar (110), por ejemplo, y fueron numerosos los oficiales de más modesto rango los protagonistas de su regreso al poder (127), quienes luego alcanzaron elevadas posiciones, realizándose profesionalmente, como no pudo buena parte del elenco que respaldó abiertamente la intentona de los noventa y arribó por primera vez a Miraflores, en el siglo XX.  Inferimos, los regímenes de larga duración saben de un duro proceso de selección, ofreciendo oportunidades para la comprobación de lealtades.   
 
Nos permitimos dos notas complementarias: una, de tristeza por la denuncia de un atentado contra la vida de García Carneiro que incluyó la colocación de explosivos en la tumba de la madre que tanto quiso (22, 165 ss.). Y, la otra, anecdótica, ya que vistieron a los celebérrimos “paracachitos” con la indumentaria de la familia del general Manuel Rosendo (158). 
 

DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ

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